miércoles, septiembre 13, 2006

BRÚJULA

"Uno mismo hace el mal, uno mismo lo sufre; uno mismo se aparta del mal, uno mismo se purifica. Pureza e impureza son cosas de uno mismo, nadie puede purificar a otro."

-Siddhartha Gautama Buda.

¿Acaso necesito de un guía? A veces desearía creer que no y que puedo prescindir totalmente de él y ser capaz de encontrar aquel camino con corazón. Pero es después de esa reflexión que el yugo de la duda me pregunta si conseguiré cargar con el peso de mi cruz, evitando seguir el sendero que el otro considera como “correcto” y aventurarme a crear el propio. Es más fácil seguir al otro que tener el coraje para decidir hallar mi “verdad” y no tener que lidiar después con las consecuencias que implican hacerme responsable de mis propias decisiones. Así siempre podría culparlo de mis “tropiezos” durante el camino por el sencillo hecho de que su “verdad” no se ajustó a la mía. Es todavía más fácil buscar la salvación en el otro que salvarme, depositando toda mi fe en la creencia de que él puede lograr aquello de lo que yo no me creo capaz. Que mejor que andar una vida que ya fue vivida con “éxito” que hacer frente al misterio que me presenta la propia. ¡Que sencillo! ¿Pero podría llamarle a esto vida sin que algo en mi interior me reclamara que algo así merece el nombre de guión? Porque andar sobre los pasos del otro no sería descubrir quien soy, sino actuar lo hecho por él y muy probablemente terminaría frustrado durante el proceso, intentando hacer encajar las piezas de un rompecabezas que no me cabe.

Algo grita que no necesito de ti. Tal vez soy demasiado testarudo, iluso o en extremo soberbio para creer que es así. Para creer que lo que un hombre pudo hacer, otro lo puede hacer y que la libertad no es otra cosa que una decisión personal. Para imaginar que tu mensaje es “tú eres tan santo como yo” y no “yo soy más santo que tú”. Para pensar que la brújula que me llevará a buen puerto se encuentra esperando en mi interior. Para sentir que nadie puede guiar a otro porque los caminos son diferentes para cada uno de nosotros y, sin embargo, tú constituyes el elemento más esencial de la travesía al convertirte en la herramienta divina, en el pico y la pala que me permiten construir mi destino tan maravilloso como lo desee, donde las preguntas y las respuestas ya no importarán, donde la promesa del Águila se cumplirá.