martes, marzo 21, 2006

CREO














-Cristo Redentor/Río de Janeiro

Creo en Dios, más no en aquello que los hombres me cuentan acerca de Él.

miércoles, marzo 01, 2006

RANUEL




“El azul es el más profundo e inmaterial de los colores, en el que la mirada se pierde en el infinito. La naturaleza lo presenta hecho de transparencias, es decir, de vacíos acumulados; vacío del aire, vacío del océano; es un vacío puro y frío. Para los egipcios, el azul era el color de la verdad; para ellos el azul sagrado –azur- era el umbral que separa al hombre del más allá, de los dioses, de su destino. Y, como decía Kandinsky, el azul atrae al hombre hacia el infinito y despierta en él el deseo de la pureza y la sed de lo sobrenatural”.


Las saetas de luz irrumpían por mi balcón, una y otra vez, iluminando y cimbrando hasta el último resquicio de mi habitación. Las horas pasaban y cada vez se me dificultaba más el poder conciliar el sueño ante los continuos embates de aquella tormenta de verano. Me parecía escucharlos caer tan cerca. Imaginaba cómo sería si uno de ellos estallara en el interior, desintegrando todo en un destello de luz. Decidí apartar ese pensamiento y buscar algo menos siniestro en que ocupar mi mente para lograr dormir. Pensé terminar con mi insomnio mientras miraba fijamente al techo y recordaba hasta el último detalle de lo que había sucedido durante el día. Tracé los planes de lo que haría el día de mañana y hasta los del fin de semana, pero nada de esto logro acabar con mi vigilia. Como un último intento, cerré mis ojos y me concentré en percibir cada uno de los elementos que habitaban esa noche. Al principio todo parecía caótico hasta que hallé, después de unos minutos, una armonía entre los relámpagos y el caer de la lluvia. Lentamente fui incorporando a voluntad, como aquel ratón de Fantasía, otros elementos a tan grandiosa sinfonía. Me perdí embelesado con la sensación de estar al frente, dirigiendo tan singular orquesta, arrullado con el ritmo de la tormenta que se transformaba en un distante eco y me sumergía rápidamente en un profundo sueño.

La paz que experimentaba llegó a su fin de forma abrupta con el sorpresivo tirón que sentí en las entrañas y que me hizo incorporarme de un salto sobre la cama. Inmediatamente después, toda mi atención se vio atraída hacia mi vientre. Aunque no era capaz de verlos, podía sentir una especie de filamentos surgir de él y extenderse hacia el frente, como si se tratase de un par de tentáculos buscando hacer contacto con el nuevo mundo que se presentaba a su alrededor. Mis intentos por calmar el intenso cosquilleo en las zonas circundantes a mi ombligo me llevó a un inusual estado de ansiedad. Para ese entonces ya había puesto en marcha un plan que siempre me había resultado infalible en estos casos para recuperar la cordura. Éste consistía en bloquear lo que sentía, en fingir que todo lo que estaba experimentando no era más que una ilusión y en buscar sujetar a mi mente, por unos minutos, el pensamiento más absurdo que se me ocurriese. Nuevamente funcionó y mis sentidos volvían al estado habitual en el que operaba mi razón. La sensación en mi vientre comenzó a desaparecer, lo que me permitió liberar mi mirada y levantar la cabeza lentamente con la intención de dar un vistazo al resto de la habitación. Cuando me disponía a hacer esto último fue que lo vi, mi corazón emprendió la fuga y todo se me acabó.

Mi mente quedó en blanco, como si nunca hubiese albergado nada en ella. Quedé paralizado por unos segundos hasta que recuperé la calma y el aliento. Algo en mí sabía que se trataba de otro ser consciente aunque no tuviere ni idea de cómo explicarlo. Creo que algo debe haber en cada uno de nosotros que le permite reconocer la energía de una conciencia dondequiera que la halle. Tal vez esa sea la función de los filamentos. Inmediatamente después de esta revelación, mi espalda se fue contra la pared, mis piernas flaquearon y el resto de mi cuerpo siguió su reacción hasta desmoronarse y dejarme sentado sobre mi almohada de piernas cruzadas, frente a él. Ahí estaba él observándome majestuoso, levitando a dos metros del piso y al pie de mi cama.

El silencio total que lo anunció y sirvió de telón, parecía tragarse al resto del lugar con su vacío. Nunca nada me había causado tal fascinación y a su vez un miedo tan primitivo. El placer que experimentaba, en la contradicción de mis sentidos, era tal que me entregué sin lucha.

Treinta centímetros de diámetro medía su esférica figura, la cual era perfecta y estaba colmada de una luz azul semejante a la de Sirio. Me sorprendió la fuerza con que ésta era contenida en su interior de modo que no permitía que escapara en lo más mínimo para iluminar al exterior. La intensidad de su color cambiaba constantemente y me daba a imaginar que esta era su forma de reaccionar al entorno o hasta de comunicarse conmigo. Jamás había presenciado tantos y tan bellos matices de azul; eran imposibles de describir cómo lo fue atestiguarlos. Entonces en un intento por responder a lo que creí su llamado, me comuniqué con él de la forma más inconcebible que se me ocurrió de acuerdo a las circunstancias: con la palabra. Aunque ahora que recuerdo no estoy muy seguro de esto último ya que éstas nacían en mí ser, proyectándose hacia él y viceversa, sin la necesidad de gesticular sonido alguno.

-¿Quién eres? –pregunté asombrado y aún absorto en su maravillosa presencia.
-Ranuel –respondió con serenidad y firmeza.


Su respuesta me abrazo y estrechó, de tal manera, que nunca más habría de saberme sólo; siempre estaría ahí cuando lo necesitase. Desconozco si “hablé” de algo más con él pues aún no he sido capaz de asimilar todo el evento, no tengo tanta fuerza. Un segundo después se lanzó sobre mí y antes de la colisión perdí el sentido y todo se desvaneció. Me gusta creer que se fundió conmigo y que una parte de él ahora habita en mí.

Casi simultáneamente a su desaparición, volví a mi estado normal de conciencia, en el que no hay lugar para este tipo de experiencias. Fue como si hubiese despertado de un extraño sueño o al menos ese era el deseo al que se aferraba mi razón. Por un momento casi lo olvidé, pero una sensación que emergió desde lo más profundo, volcó dentro de mí como una gigantesca ola y no lo permitió. El intenso calor que sentía en el área de las vísceras y que de alguna forma mi tacto no lograba registrar, era fiel testigo de que la colisión fue un suceso real. Sin duda, su palabra causó una honda huella que aún anda en mí ser y que sospecho lo hará por el tiempo que este vivo. Fue en aquel momento que lo comprendí, mis ojos se humedecieron y me sentí bendecido porque había conocido a aquel que me guarda en mi noche más oscura. Aunque confieso que su imagen me sorprendió, pues desde pequeño cuando unía mis manos al pie de la cama, lo había imaginado siempre con alas…
*Deseo agradecer a Ryan por su súblime fotografía que me hace posible acercarlos un poco más a mi relato.